LA GUERRA NO TIENE ROSTRO DE MUJER
A la hora de hablar de esta novela de Alexiévich, ganadora del Nobel de Literatura de 2015, hemos de deshacernos de la idea preconcebida a la podría, erróneamente, conducirnos el título de dicha obra. No estamos ante una novela que hable del sentir de unas mujeres que esperan plácidamente a que termine una segunda guerra mundial en la que están luchando sus maridos y amantes. Al contrario, estamos ante una novela que habla de las miles de mujeres que participaron en la que para los soviéticos es “la gran guerra Patria”. El Ejército Rojo contaba en sus filas con mujeres soviéticas, pero también de otras nacionalidades eslavas.
Podría pensarse – ingenuamente – que las tareas y responsabilidades que se atribuían a las mujeres eran las “menos peligrosas”, las que consistían en cuidar a los soldados o en enviar información del frente, es decir, enfermeras o telegrafistas. Pero estaríamos muy equivocados al creer en estas ideas preconcebidas. Lo cierto es que el papel de las mujeres en la II Guerra Mundial fue mucho más allá. Hubo mujeres que fueron conductoras de tanques, otras, francotiradoras. Entre estas últimas podemos contar a Ljudmila Pavlichenko (1916-1974), francotiradora que tiene a sus espaldas 309 bajas enemigas, 36 de ellas a otros francotiradores enemigos. Llegó a ser comandante y, tras ser herida, fue retirada del frente. A partir de ese momento, ejercería de instructora, preparando a los francotiradores soviéticos. En 1943 recibiría la Estrella de Oro y sería reconocida como Héroe de la Unión Soviética. Hay más casos de mujeres francotiradoras, como el de Nina Alexeyevna Lobkovskaya, que participaría en la Batalla de Berlín. Así, vemos cómo el papel de las mujeres iba mucho más allá que de quedarse en retaguardia y ejercer de enfermeras.
Debemos preguntarnos ¿es normal, a lo largo de la historia, la intervención de las mujeres en la guerra? Y la respuesta debe ser un sí rotundo. Lo que ocurre es que esa voz de las mujeres, que en más épocas de las que quisiéramos puede ser reconocida como la voz de “las nadie”, ha sido deliberadamente silenciada. Alexiévich quiere poner sobre la mesa esa voz femenina:
Todo lo que sabemos de la guerra, lo sabemos por la “voz masculina”. Todos somos prisioneros de las percepciones y sensaciones “masculinas”. (Alexiévich, 2015:13).
La participación femenina en las guerras se remonta a épocas de la antigüedad, es decir, no es un fenómeno moderno circunscrito al siglo XX y XXI. Esto se nos muestra nada más comenzar la obra:
– Ya en el siglo IV a.C en Atenas y Esparta, las mujeres participaron en las guerras griegas. En épocas posteriores, también formaron parte de las tropas de Alejandro Magno. (2015:9)
Como vemos, las mujeres han participado en las guerras desde tiempo inmemoriales. En la Primera Guerra Mundial, en Inglaterra, se formó una sección femenina compuesta por cien mil mujeres. Pero sería en la Segunda Guerra Mundial cuando habría mujeres en varios ejércitos: el inglés, el estadounidense, el alemán o el soviético. Como muestra Alexiévich, ‹‹en el ejército soviético hubo cerca de un millón de mujeres›› que fueron tiradoras o conductoras de carros de combate, términos que hasta ese momento no había tenido su acepción femenina.
Algunos fragmentos de esta obra pueden recordar a Todo fluye, de Vasily Grossman. Aquellos que esperen belleza en la presencia de mujeres en la guerra no la van a encontrar. En un ambiente opresivo y decadente característico de la época que está sumida en una guerra sin precedentes, lo que se nos describe es la desesperación provocada por el hambre, las ejecuciones, las violaciones y otras miserias humanas. Su trabajo consiste en una gran recopilación de información, y esta organización la podemos comprender al percatarnos de que Alexiévich estudió periodismo. Por eso se dedicaría a recopilar datos sobre la guerra y las mujeres. Así, no hay ficción en lo que escribe, sino que hay una polifonía bajtiniana que enriquece enormemente la obra.
Ella misma dice ser una historiadora del alma humana: ‹‹No escribo sobre la guerra, sino sobre el ser humano en la guerra. No escribo la historia de la guerra, sino la historia de los sentimientos. Soy historiadora del alma›› (2015:19). La novela está formada por pequeños relatos que se engarzan unos con otros para formar una unidad polifónica. Esto lo consigue gracias a la realización de cientos de entrevistas a mujeres que estuvieron en la Segunda Guerra Mundial y en el Ejército Rojo. Todas estas voces forman un coro que da cuenta del sentir de las mujeres en la guerra y de su sentimiento patriótico. Así, no es una obra sobre la guerra, sino una meditada reflexión acerca de adónde conduce la Historia. Es un libro posmoderno, ya que desestima los grandes relatos, que entran en crisis, y se fija en las pequeñas partículas que conforman las pequeñas historias de una gran historia conjunta. Podemos atribuir a la obra de Alexiévich el calificativo de “colectiva”, en tanto se ha formado mediante una pluralidad de voces diversas.
Tal vez pueda establecerse un puente entre su método recopilatorio y el de Adamóvic, basado este último en los detalles de la vida cotidiana. Ella no se centra únicamente en la perspectiva histórica de lo sucedido en la Segunda Guerra Mundial, sino que le atribuye una gran importancia a los sentimientos de las personas. A partir de estas partículas de historia que cada entrevista le proporciona, Alexiévich expone sucesos pertenecientes a la Segunda Guerra Mundial, pero sin el aire pomposo con tintes heroicos que puede extraerse de la versión oficial de la Unión Soviética. Sus esfuerzos giran en torno a expresar el sentir de todas aquellas mujeres, muchas de las cuales vivieron su etapa de juventud participando en la mayor guerra jamás vista por el hombre.
Así, Alexiévich nos presenta a muchas mujeres, como Morózowa, francotiradora que comenta el miedo y los escalofríos que se sienten cuando en tu punto de mira ya no hay dianas, sino seres humanos. Contabilizó 75 bajas enemigas. Como ella hubo muchas, como Vasilisa Yúzhnina, que fue soldado, pero cuya especialidad era, según su propio testimonio ‹‹el corte de pelo masculino…›› (2015:201). Ella misma comenta que un comandante le dijo que le cortara el pelo a una mujer como a un hombre. Ella lo hizo, pero en cuanto a las mujeres les crecía el pelo un poco, les ponía rulos para los rizos. Otra mujer, todavía adolescente, quiso ingresar en el ejército a pesar de ser menor de edad:
Mi historia es corta…
El cabo preguntó:
– Niña, ¿cuántos años tienes?
– Dieciséis, ¿por qué?
– Porque – dijo – no aceptamos a menores.
– Haré lo que sea. Hornearé el pan.
Me dejaron quedarme… (2015:202)
Otra mujer que puede ayudar a ejemplificar la juventud con la que muchas participaban en la guerra lo da María Alexéievna Rémneva, que tenían diecinueve años al comenzar la guerra. Ella comenta no el lado heroico de los soldados del frente, sino que nos dice que veía cómo lloraban al recibir cartas y las besaban. Aquellos que no recibían correo postal era porque sus familiares habían muerto o estaban en territorio ocupado. Y a estos se les escribían cartas firmadas por la Joven Desconocida, y Rémneva era una de las que escribió cartas a los soldados del frente:
Querido soldado, te escribe la Joven Desconocida. ¿Cómo van los combates? ¿Cuándo traerás la Victoria a casa? Nos pasábamos noches enteras componiendo esas cartas… ¿Cuántas escribí durante la guerra…? (2015:205)
Al tema de la juventud de las combatientes se suma el deseo de las mujeres de “estar guapas” aún en medio de una guerra, como muestra Anastasia Petrovna Shéleg, que fue cabo mayor y operadora de globos aerostáticos:
En nuestra unidad había muchas chicas guapas…Fuimos a los baños, había una peluquería allí mismo. Todas nos teñimos las cejas. El comandante nos echó un buen rapapolvo: “¿Habéis venido a luchar o a ir a un baile?”. Por la noche lloramos, frotamos, nos intentamos quitar el tinte. Al día siguiente, el comandante nos iba repitiendo a cada una: “No necesito damiselas, necesito soldados. En una guerra, las damiselas no sobreviven”. (2015:225)
Hay que añadir que algunos hombres – es el caso de Ptitsin – comprendían a las mujeres y no tenían problemas en transgredir cosas que estaban prohibidas, un ejemplo lo encontramos en el testimonio de Zinaida Prokófievna Gomarieova, que era telegrafista:
– Chicas, Moscú está aquí mismo. Haré que venga un peluquero. Teñíos las cejas, las pestañas, poneos rulos. No me importa que no esté permitido, quiero que estéis bellas. La guerra es larga…No acabará pronto…
Nos trajo a una peluquera. Nos hizo peinados, nos maquillamos. Éramos tan felices…
Queda claro que lo que busca Alexiévich es mostrar los sentimientos humanos provocados por la guerra. También expresa el temor a la muerte, por medio del testimonio de Osmolóvskaia, una exploradora de tan solo diecisiete años:
Las lluvias no cesaban…Corríamos por el lodo, la gente se caía en el lodo. Los heridos, los muertos. La idea de morir en aquel cenagal era completamente detestable. […] ¿Qué chica joven aceptaría quedarse tendida allí? […] ¡Ojalá muriera rodeada de flores! Una tontorrona de diecisiete años…Así es como me imaginaba la muerte…Pensaba que morir era como irse volando a un lugar desconocido. Una noche hablamos de la muerte, pero solo fue una vez. Temíamos pronunciar esa palabra… (2015:230).
Con prosa clara y directa, Alexiévich expresa el deseo de vivir de esas mujeres tan jóvenes, el temor a la muerte, los pequeños detalles como hacerse rulos o maquillarse, pero también expresa el llanto, las lágrimas, el dolor humano. Esto puede ejemplificarse mediante el testimonio de Larisa Leóntievna Korótkaia, guerrillera:
La guerra son los entierros…Los entierros de los partisanos eran frecuentes. Si no era en una emboscada, era en un combate. Le contaré un entierro… […] Había una fila de hombres esperando, de pie, en silencio. Luego ella levantó la cabeza y se dio cuenta de que en la tumba no solo yacía su hijo, sino muchos otros jóvenes, y lloró por los hijos de las otras madres: […] La tierra es fría. El invierno es feroz. Lloraré por todas ellas, por todos vosotros, queridos míos…
Cuando la mujer dijo que lloraría por todos los muertos, todos los hombres rompieron a llorar, ninguno pudo resistirse. Korótkaia comenta el asombro que le produjo esa mujer que lloró por todas las madres:
En ese momento me asombró la grandeza del corazón de una madre. En el auge de su enorme dolor, cuando enterraban a su propio hijo, la generosidad de su corazón le hizo llorar por los hijos de los otros…Llorarlos como si fuesen suyos… (2015:321)
Ahora podemos entender que la escritora haya comentado que para ella “los sentimientos son la realidad”. Quiere extraer lo indestructible del ser humano, los sentimientos, las percepciones subjetivas, los pequeños detalles, como los besos a las cartas en el frente, como la Joven desconocida, como las mujeres telegrafistas que querían maquillarse o hacerse un corte de pelo bonito, como la madre que lloró por todas las demás, o como la francotiradora cuyo cuerpo tembló de arriba a abajo al tener en su punto de mira a un ser humano y no una diana. Estamos ante una obra conmovedora y real, por la capacidad de la autora para transmitir que en la guerra más atroz, entre disparos y fusilamientos, surgían el amor, la melancolía, las lágrimas y la compasión inherentes al ser humano. Una de las que más revuelven los corazones puede ser la de las chicas de Konákovo. Eran cinco, jóvenes y alegres, pero solo una sobrevivió.
Ante el abanico de sentimientos, atrocidades, sonrisas y lágrimas que Alexiévich pone ante nosotros, lo único que podemos hacer es contemplar el conjunto de testimonios que dan cuenta de lo que fue para el ser humano y, más concretamente para las mujeres, el participar en la mayor guerra de la Historia. Al notar cómo se fija en lo cotidiano de esa guerra está hablándonos del ser humano, y no de la guerra como tema principal, sino secundario. Así, podemos comprender que ella misma se califique como una “historiadora del alma humana”.