Las mujeres en la II Guerra Mundial según Svetlana Alexiévich

LA GUERRA NO TIENE ROSTRO DE MUJER

A la hora de hablar de esta novela de Alexiévich, ganadora del Nobel de Literatura de 2015, hemos de deshacernos de la idea preconcebida a la podría, erróneamente, conducirnos el título de dicha obra. No estamos ante una novela que hable del sentir de unas mujeres que esperan plácidamente a que termine una segunda guerra mundial en la que están luchando sus maridos y amantes. Al contrario, estamos ante una novela que habla de las miles de mujeres que participaron en la que para los soviéticos es “la gran guerra Patria”. El Ejército Rojo contaba en sus filas con mujeres soviéticas, pero también de otras nacionalidades eslavas.

Podría pensarse – ingenuamente – que las tareas y responsabilidades que se atribuían a las mujeres eran las “menos peligrosas”, las que consistían en cuidar a los soldados o en enviar información del frente, es decir, enfermeras o telegrafistas. Pero estaríamos muy equivocados al creer en estas ideas preconcebidas. Lo cierto es que el papel de las mujeres en la II Guerra Mundial fue mucho más allá. Hubo mujeres que fueron conductoras de tanques, otras, francotiradoras. Entre estas últimas podemos contar a Ljudmila Pavlichenko (1916-1974), francotiradora que tiene a sus espaldas 309 bajas enemigas, 36 de ellas a otros francotiradores enemigos. Llegó a ser comandante y, tras ser herida, fue retirada del frente. A partir de ese momento, ejercería de instructora, preparando a los francotiradores soviéticos. En 1943 recibiría la Estrella de Oro y sería reconocida como Héroe de la Unión Soviética. Hay más casos de mujeres francotiradoras, como el de Nina Alexeyevna Lobkovskaya, que participaría en la Batalla de Berlín. Así, vemos cómo el papel de las mujeres iba mucho más allá que de quedarse en retaguardia y ejercer de enfermeras.

Debemos preguntarnos ¿es normal, a lo largo de la historia, la intervención de las mujeres en la guerra? Y la respuesta debe ser un sí rotundo. Lo que ocurre es que esa voz de las mujeres, que en más épocas de las que quisiéramos puede ser reconocida como la voz de “las nadie”, ha sido deliberadamente silenciada. Alexiévich quiere poner sobre la mesa esa voz femenina:

Todo lo que sabemos de la guerra, lo sabemos por la “voz masculina”. Todos somos prisioneros de las percepciones y sensaciones “masculinas”. (Alexiévich, 2015:13).

La participación femenina en las guerras se remonta a épocas de la antigüedad, es decir, no es un fenómeno moderno circunscrito al siglo XX y XXI. Esto se nos muestra nada más comenzar la obra:

– Ya en el siglo IV a.C en Atenas y Esparta, las mujeres participaron en las guerras griegas. En épocas posteriores, también formaron parte de las tropas de Alejandro Magno. (2015:9)

Como vemos, las mujeres han participado en las guerras desde tiempo inmemoriales. En la Primera Guerra Mundial, en Inglaterra, se formó una sección femenina compuesta por cien mil mujeres. Pero sería en la Segunda Guerra Mundial cuando habría mujeres en varios ejércitos: el inglés, el estadounidense, el alemán o el soviético. Como muestra Alexiévich, ‹‹en el ejército soviético hubo cerca de un millón de mujeres›› que fueron tiradoras o conductoras de carros de combate, términos que hasta ese momento no había tenido su acepción femenina.

Algunos fragmentos de esta obra pueden recordar a Todo fluye, de Vasily Grossman. Aquellos que esperen belleza en la presencia de mujeres en la guerra no la van a encontrar. En un ambiente opresivo y decadente característico de la época que está sumida en una guerra sin precedentes, lo que se nos describe es la desesperación provocada por el hambre, las ejecuciones, las violaciones y otras miserias humanas. Su trabajo consiste en una gran recopilación de información, y esta organización la podemos comprender al percatarnos de que Alexiévich estudió periodismo. Por eso se dedicaría a recopilar datos sobre la guerra y las mujeres. Así, no hay ficción en lo que escribe, sino que hay una polifonía bajtiniana que enriquece enormemente la obra.

Ella misma dice ser una historiadora del alma humana: ‹‹No escribo sobre la guerra, sino sobre el ser humano en la guerra. No escribo la historia de la guerra, sino la historia de los sentimientos. Soy historiadora del alma›› (2015:19). La novela está formada por pequeños relatos que se engarzan unos con otros para formar una unidad polifónica. Esto lo consigue gracias a la realización de cientos de entrevistas a mujeres que estuvieron en la Segunda Guerra Mundial y en el Ejército Rojo. Todas estas voces forman un coro que da cuenta del sentir de las mujeres en la guerra y de su sentimiento patriótico. Así, no es una obra sobre la guerra, sino una meditada reflexión acerca de adónde conduce la Historia. Es un libro posmoderno, ya que desestima los grandes relatos, que entran en crisis, y se fija en las pequeñas partículas que conforman las pequeñas historias de una gran historia conjunta. Podemos atribuir a la obra de Alexiévich el calificativo de “colectiva”, en tanto se ha formado mediante una pluralidad de voces diversas.

Tal vez pueda establecerse un puente entre su método recopilatorio y el de Adamóvic, basado este último en los detalles de la vida cotidiana. Ella no se centra únicamente en la perspectiva histórica de lo sucedido en la Segunda Guerra Mundial, sino que le atribuye una gran importancia a los sentimientos de las personas. A partir de estas partículas de historia que cada entrevista le proporciona, Alexiévich expone sucesos pertenecientes a la Segunda Guerra Mundial, pero sin el aire pomposo con tintes heroicos que puede extraerse de la versión oficial de la Unión Soviética. Sus esfuerzos giran en torno a expresar el sentir de todas aquellas mujeres, muchas de las cuales vivieron su etapa de juventud participando en la mayor guerra jamás vista por el hombre.

Así, Alexiévich nos presenta a muchas mujeres, como Morózowa, francotiradora que comenta el miedo y los escalofríos que se sienten cuando en tu punto de mira ya no hay dianas, sino seres humanos. Contabilizó 75 bajas enemigas. Como ella hubo muchas, como Vasilisa Yúzhnina, que fue soldado, pero cuya especialidad era, según su propio testimonio ‹‹el corte de pelo masculino…›› (2015:201). Ella misma comenta que un comandante le dijo que le cortara el pelo a una mujer como a un hombre. Ella lo hizo, pero en cuanto a las mujeres les crecía el pelo un poco, les ponía rulos para los rizos. Otra mujer, todavía adolescente, quiso ingresar en el ejército a pesar de ser menor de edad:

Mi historia es corta…

El cabo preguntó:

– Niña, ¿cuántos años tienes?

– Dieciséis, ¿por qué?

– Porque – dijo – no aceptamos a menores.

– Haré lo que sea. Hornearé el pan.

Me dejaron quedarme… (2015:202)

 

Otra mujer que puede ayudar a ejemplificar la juventud con la que muchas participaban en la guerra lo da María Alexéievna Rémneva, que tenían diecinueve años al comenzar la guerra. Ella comenta no el lado heroico de los soldados del frente, sino que nos dice que veía cómo lloraban al recibir cartas y las besaban. Aquellos que no recibían correo postal era porque sus familiares habían muerto o estaban en territorio ocupado. Y a estos se les escribían cartas firmadas por la Joven Desconocida, y Rémneva era una de las que escribió cartas a los soldados del frente:

Querido soldado, te escribe la Joven Desconocida. ¿Cómo van los combates? ¿Cuándo traerás la Victoria a casa? Nos pasábamos noches enteras componiendo esas cartas… ¿Cuántas escribí durante la guerra…? (2015:205)

Al tema de la juventud de las combatientes se suma el deseo de las mujeres de “estar guapas” aún en medio de una guerra, como muestra Anastasia Petrovna Shéleg, que fue cabo mayor y operadora de globos aerostáticos:

En nuestra unidad había muchas chicas guapas…Fuimos a los baños, había una peluquería allí mismo. Todas nos teñimos las cejas. El comandante nos echó un buen rapapolvo: “¿Habéis venido a luchar o a ir a un baile?”. Por la noche lloramos, frotamos, nos intentamos quitar el tinte. Al día siguiente, el comandante nos iba repitiendo a cada una: “No necesito damiselas, necesito soldados. En una guerra, las damiselas no sobreviven”. (2015:225)

Hay que añadir que algunos hombres – es el caso de Ptitsin – comprendían a las mujeres y no tenían problemas en transgredir cosas que estaban prohibidas, un ejemplo lo encontramos en el testimonio de Zinaida Prokófievna Gomarieova, que era telegrafista:

– Chicas, Moscú está aquí mismo. Haré que venga un peluquero. Teñíos las cejas, las pestañas, poneos rulos. No me importa que no esté permitido, quiero que estéis bellas. La guerra es larga…No acabará pronto…

Nos trajo a una peluquera. Nos hizo peinados, nos maquillamos. Éramos tan felices…

 

Queda claro que lo que busca Alexiévich es mostrar los sentimientos humanos provocados por la guerra. También expresa el temor a la muerte, por medio del testimonio de Osmolóvskaia, una exploradora de tan solo diecisiete años:

Las lluvias no cesaban…Corríamos por el lodo, la gente se caía en el lodo. Los heridos, los muertos. La idea de morir en aquel cenagal era completamente detestable. […] ¿Qué chica joven aceptaría quedarse tendida allí? […] ¡Ojalá muriera rodeada de flores! Una tontorrona de diecisiete años…Así es como me imaginaba la muerte…Pensaba que morir era como irse volando a un lugar desconocido. Una noche hablamos de la muerte, pero solo fue una vez. Temíamos pronunciar esa palabra… (2015:230).

Con prosa clara y directa, Alexiévich expresa el deseo de vivir de esas mujeres tan jóvenes, el temor a la muerte, los pequeños detalles como hacerse rulos o maquillarse, pero también expresa el llanto, las lágrimas, el dolor humano. Esto puede ejemplificarse mediante el testimonio de Larisa Leóntievna Korótkaia, guerrillera:

La guerra son los entierros…Los entierros de los partisanos eran frecuentes. Si no era en una emboscada, era en un combate. Le contaré un entierro… […] Había una fila de hombres esperando, de pie, en silencio. Luego ella levantó la cabeza y se dio cuenta de que en la tumba no solo yacía su hijo, sino muchos otros jóvenes, y lloró por los hijos de las otras madres: […] La tierra es fría. El invierno es feroz. Lloraré por todas ellas, por todos vosotros, queridos míos…

Cuando la mujer dijo que lloraría por todos los muertos, todos los hombres rompieron a llorar, ninguno pudo resistirse. Korótkaia comenta el asombro que le produjo esa mujer que lloró por todas las madres:

En ese momento me asombró la grandeza del corazón de una madre. En el auge de su enorme dolor, cuando enterraban a su propio hijo, la generosidad de su corazón le hizo llorar por los hijos de los otros…Llorarlos como si fuesen suyos… (2015:321)

Ahora podemos entender que la escritora haya comentado que para ella “los sentimientos son la realidad”. Quiere extraer lo indestructible del ser humano, los sentimientos, las percepciones subjetivas, los pequeños detalles, como los besos a las cartas en el frente, como la Joven desconocida, como las mujeres telegrafistas que querían maquillarse o hacerse un corte de pelo bonito, como la madre que lloró por todas las demás, o como la francotiradora cuyo cuerpo tembló de arriba a abajo al tener en su punto de mira a un ser humano y no una diana. Estamos ante una obra conmovedora y real, por la capacidad de la autora para transmitir que en la guerra más atroz, entre disparos y fusilamientos, surgían el amor, la melancolía, las lágrimas y la compasión inherentes al ser humano. Una de las que más revuelven los corazones puede ser la de las chicas de Konákovo. Eran cinco, jóvenes y alegres, pero solo una sobrevivió.

Ante el abanico de sentimientos, atrocidades, sonrisas y lágrimas que Alexiévich pone ante nosotros, lo único que podemos hacer es contemplar el conjunto de testimonios que dan cuenta de lo que fue para el ser humano y, más concretamente para las mujeres, el participar en la mayor guerra de la Historia. Al notar cómo se fija en lo cotidiano de esa guerra está hablándonos del ser humano, y no de la guerra como tema principal, sino secundario. Así, podemos comprender que ella misma se califique como una “historiadora del alma humana”.

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Los fundamentos teóricos del psicoanálisis y su desarrollo. La teoría literaria de Freud: el papel de la fantasía en la vida psíquica.

El psicoanálisis surgirá a través de la fragmentación de la psicología a finales del siglo XIX, llegando a un alto nivel de desarrollo durante el siglo XX. La vida interior de los hombres, inconsciente y reprimida, comienza así a tener gran importancia para la teoría psicoanalítica, con Sigmund Freud a la cabeza. Freud es el creador e impulsor del psicoanálisis, por lo que su teoría es la base sobre la cual otras figuras trabajarán a lo largo del siglo XX, figuras tales como Carl Gustav Jung, Jaques Lacan, Otto Rank y Alfred Adler. Podemos tomar como fecha del surgimiento de la doctrina psicoanalítica el año 1900, debido a la publicación, por parte de Freud, de La interpretación de los sueños. A lo largo de la primera parte del curso hemos tratado los conceptos psicoanalíticos de la sexualidad, las pulsiones, la represión y la sublimación. Conviene aclararlos, someramente, en este resumen.

Uno de los conceptos fundamentales de Freud es, sin duda, el de la sexualidad. Distingue varias etapas que merecen unas líneas aclaratorias. Podríamos distinguir entre la etapa oral, la anal, la fálica, el momento de latencia, y la etapa genital. La etapa oral comprende desde el nacimiento hasta el año y medio de vida y entra en relación con el placer del niño al alimentarse, con la distinción primitiva entre el yo y el mundo externo. En esta etapa el niño encuentra placer en la boca, que será su zona erógena por excelencia. Respecto a la etapa anal, conviene decir que abarca desde el año y medio hasta los tres años de vida. La zona erógena, en este caso, será la zona anal, época en que el niño aprende a usar su esfínter. En esta etapa surge el afán de dominar el mundo y con él los pares opuestos sadismo-masoquismo, exhibición-contemplación. La etapa fálica se encuentra comprendida entre los tres y los cinco años. En este momento la zona erógena son los genitales, pero como el niño no conoce todavía su funcionamiento, el amor que muestra es tierno y sensual. Esta es la etapa en que aparece el complejo de Edipo – en los niños – y el complejo de Electra – en las niñas – , momento en que se produce el deseo por el progenitor del sexo opuesto. Superarán el complejo debido a que el incesto es culturalmente reprobable, entrando así en la etapa de la latencia. Durante la latencia, que va desde los seis hasta los doce años, el sujeto se centra en encaminar sus pulsiones hacia actividades aceptadas culturalmente, lo que entendemos como el proceso de sublimación de la libido. Tras la latencia se entra en la etapa genital, que durará el resto de la vida del sujeto. Las zonas erógenas previas estarán supeditadas al acto sexual y a la reproducción, su estimulación sirve de preparación para la consumación del acto sexual. Asistimos a una especie de reedición del complejo de Edipo y de Electra, con la elección de un nuevo objeto de amor.

Freud dividirá el aparato psíquico en tres partes que guardan relación entre sí: el consciente, el preconsciente y el inconsciente. Es precisamente en el inconsciente donde se halla lo que Freud llama pulsiones, deseos que por determinado motivo han sido reprimidos y se han alojado en el inconsciente. Estas pulsiones pueden ser de dos tipos: pulsiones de vida y pulsiones de muerte. La cultura, para realizarse, debe sofocar los instintos primarios, esto puede apreciarse en su obra El malestar en la cultura, de 1930. La condición necesaria para que se realice la cultura es que los hombres repriman sus instintos primarios. De esta forma, la cultura se basa en la represión.

En lo concerniente a la sublimación y la represión, cabe decir que son mecanismos de defensa que evitan que algunos recuerdos ejerzan un efecto negativo en el sujeto. La represión consiste en mantener en el inconsciente ciertas representaciones, ciertas pulsiones. Actúa cuando la pulsión no puede ser satisfecha y el sujeto se siente frustrado. La sublimación es otro tipo de defensa que consiste en encaminar hacia fines no sexuales las pulsiones sexuales, como puede ser el desarrollo intelectual o artístico.

Freud nos hablará, en su obra Más allá del principio del placer (1920) de otro concepto fundamental, el de pulsión de muerte. En dicha obra se nos dice que este principio se encuentra en toda forma de vida, que tendría la tendencia inherente a volver a un estado anterior. La pulsión de muerte sería el contrario del Eros o pulsión de vida. La primera tiende a la destrucción, mientras que la segunda tiende a la autoconservación y la prolongación de la existencia. El ensayo del que Freud extraerá, en 1920, su concepto de pulsión de muerte, data de 1914 y aparece bajo el título de Introducción al narcisismo.

Freud nos habla también acerca de la importancia central de la fantasía en la psique del hombre, y sobretodo lo hace en dos artículos titulados Mis opiniones acerca del rol de la sexualidad en la etiología de la neurosis y en Historia del movimiento psicoanalítico. Freud cree que las fantasías inventadas de los neuróticos remiten al intento de ocultar o reprimir algún momento de la vida sexual infantil. Pero la obra que nos interesa remarcar en este caso es El poeta y la fantasía, obra de 1908, en la que se nos plantea el paralelismo entre el juego del niño y la fantasía del adulto y del poeta. Dirá el propio Freud: << ¿No habremos de buscar ya en el niño las primeras huellas de la actividad poética?>>. Lo que ambos comparten es que tanto el juego como la fantasía se edifican en un mundo que no es el que pertenece a la realidad, pero que, a diferencia del neurótico, el niño y el poeta sí controlan y tienen conciencia de estar jugando o fantaseando. Los adultos que fantasean suelen ocultar sus fantasías por ser estas demasiado ambiciosas o por su contenido erótico, pero el poeta no solo no oculta las suyas, sino que las muestra públicamente mediante el arte. Así, podemos entender que para Freud, se llega a la creación artística mediante la fantasía y que, las obras literarias remiten al retorno de lo reprimido. Como la censura actúa siempre, aquello que ha sido reprimido debe buscar vías para aflorar, y una de ellas es el arte, que actúa como defensa que permite expresar algo que había sido censurado. A través de lo que Freud llama “formación de compromiso” se consigue llegar a un equilibrio entre los deseos inconscientes que quieren ser satisfechos y las defensas que actúan como filtro. En 1913, en un texto titulado El interés del Psicoanálisis para la Estética, postulará Freud la idea de que el arte se encuentra entre el mundo de la realidad y el mundo de la fantasía.

Muchos autores se sentirían atraídos por la teoría freudiana, entre ellos Eugen Bleuler, el maestro de Carl Gustav Jung, que terminó por ser el seguidor más incondicional de Freud. Jung entrevistó a Freud, en 1907, y a partir de aquel momento se intensificó su relación y Freud acabó por ver en Jung a su sucesor. Esta situación duró pocos años, puesto que en 1913 Jung comenzó a mostrarse discrepante con algunos puntos de la teoría freudiana.  La idea principal con la que Jung no estaba de acuerdo era la que postulaba que toda neurosis tiene su origen en el ámbito de lo sexual. Los conceptos que más nos interesan, en este caso, son dos. El del inconsciente colectivo, por una parte, y el de los arquetipos, por otra.

Respecto al primero de los conceptos, guarda una clara relación con su estudio de la antropología, en concreto sobre su estudio acerca del mito. Al utilizar el concepto de inconsciente colectivo, lo que Jung está haciendo es aludir a una especie de almacén que contiene y aúna toda la experiencia de la humanidad que, a lo largo del tiempo, ha variado constantemente. Esta experiencia acumulada, heredada, afecta y ejerce un condicionamiento – según Jung – a todos y cada uno de los sujetos. La idea del inconsciente en Freud, tiene su raíz en la afirmación de que se trata de un espacio en la psique donde se han reprimido los deseos no satisfechos de un sujeto. Jung, por su parte, nos hablará del inconsciente colectivo como una base común, compartida por toda la humanidad. Pero no por desarrollar esa noción dejará de utilizar el inconsciente individual como concepto operativo. Vemos a Jung hablar del inconsciente individual cuando trata el tema de los complejos, que remiten a experiencias traumáticas no superadas, pero las relaciona, en última instancia, con un inconsciente colectivo determinado. El método que seguía el que fue el más aventajado de los seguidores de Freud es el de la asociación de ideas, pero tampoco desdeñaba la importancia de los sueños en lo concerniente a la detección de los complejos y los traumas reprimidos. Es, precisamente, el tema de los sueños el que nos conduce al segundo de los conceptos antes mencionados, los arquetipos.

Con este importante concepto – los arquetipos – Jung está refiriéndose a aquellas imágenes, aquellas representaciones comunes a lo largo de la historia humana, el padre, Dios, la muerte, la sombra, el ánima (el arquetipo de lo femenino en el inconsciente del hombre que se relaciona con el inconsciente colectivo) y el sí-mismo. El arquetipo sería aquello que siendo común al ser humano ha sido filtrado, llegando hasta el inconsciente individual. Todas aquellas imágenes que han marcado a la especie humana y de las que en ocasiones creemos ingenuamente habernos emancipado, siguen teniendo un gran peso, según Jung, en el inconsciente de los hombres, puesto que arquetipos marcados a fuego en la psique humana.

Otro de los pensadores que mostraron mucho interés por el trabajo de Freud y maduraron el psicoanálisis y la teoría freudiana con intención de reformularla es el francés Jaques Lacan. El concepto que nos interesa resaltar dentro del psicoanálisis lacaniano es el estadio o fase del espejo. Esta fase dura desde los seis hasta los dieciocho meses de vida, y es el momento en que el niño construye su yo en base al “otro”. Es decir, mediante la imitación y la identificación con el otro, el niño forma su subjetividad, su ego, de forma progresiva. El bebé, al mirarse al espejo vería una imagen que le dice cómo es y cómo debe ser, pero esa imagen no es él, más bien es “lo Otro”. El niño que mira al espejo es un significante y la imagen devuelta por el espejo es su significado. Lacan nos permite comprender que el lenguaje no es solamente “la morada del ser”, como dijo Martin Heidegger, sino que el sujeto es, propiamente, lenguaje. El niño, como signo que es, terminará por comprender que su subjetividad se constituye partiendo de la diferencia y la semejanza respecto a los demás sujetos. Cuando el niño entiende esto, accede satisfactoriamente al orden de lo simbólico.

Hegel y el pensamiento dialéctico

Hegel es conocido como el filósofo de la revolución francesa. Los posmodernos abogarán por la negación de la totalidad, lo que afirmarán es que la realidad se compone de una fragmentación constante. El de Hegel, en cambio, es un pensamiento totalizador, porque abarca la totalidad de lo real. Dirá que la historia tiene una lógica, y esa lógica es la de la afirmación y la negación. Para él, a través de la historia puede vislumbrarse un progreso lineal, algo que Walter Benjamin criticará con sus tesis sobre filosofía de la historia. Hegel es también el filósofo de la consolidación de la burguesía europea. Para Hegel no existe la cosa en sí, puesto que la burguesía se la ha adueñado al adueñarse de la totalidad de lo real. Muestra una pretensión de pensar la historia universal y la filosofía. Es un filósofo idealista, ya que insiste en partir del sujeto. Dirá que el sujeto es lo mismo que la sustancia. La historia hace a los hombres como el hombre hace la historia. Con Hegel llegamos al desarrollo del espíritu absoluto, o sea, al hombre haciendo su historia, que es la historia del autodesarrollo constante y progresivo de toda la historia humana mediante quiebres y negaciones. Según su pensamiento dialéctico, tras enfrentarse tesis y antítesis, el resultado es, necesariamente, una síntesis. La Revolución francesa representó el apoderamiento total del poder político de la burguesía, que se apodera de la totalidad de lo real en tanto desenvolvimiento histórico. Escribe, en 1807, la Fenomenología del espíritu. Para Hegel Napoleón es el que asegura el triunfo de la burguesía, es la figura de la universalización del espíritu burgués, es la aurora de una nueva era. A este respecto, Marx tiene una frase que dice: “Los alemanes piensan lo que los franceses hacen”, en referencia a Hegel y la Revolución francesa. Así, con Hegel la razón se apropia de la totalidad de lo real. Sujeto y materia son la misma cosa. La materia es la historia y el hombre forma parte de esa materia puesto que la trabaja. Hegel propugna un desarrollo dialéctico de la historia. Dirá que en él acaba la historia, y esto responde a un desarrollo histórico teleológico (la teleología es el estudio de los fines), que estudia la finalidad de la historia a través de su desarrollo. Francis Fukuyama se basaría en Hegel a la hora de expresar su tesis sobre el fin de la historia, que llega a su fin – según Fukuyama – a causa de la caída del bloque soviético. Hegel postula el sujeto absoluto, da por terminada la historia. Dirá: “Todo lo real es racional y todo lo racional es real.” Recuerda a una frase de Perón: “La única verdad es la realidad.”

Desarrollará también Hegel la dialéctica del amo y el esclavo. Plantea, así, el origen de la historia, que comienza cuando se enfrentan dos conciencias deseantes. Cabe añadir la distinción entre deseo humano (que desea deseos, que el otro se le someta y le reconozca) y el deseo animal (que desea cosas que generalmente se come). Vemos como para Hegel la conciencia es deseo. Lo que yo deseo es el deseo del otro. El animal desea lo natural. Entonces nos encontramos con que hay una figura que – tras una lucha a muerte – domina sobre otra porque su deseo de ser reconocido es más fuerte que su miedo a morir. Así surge el amo y el esclavo. Pero el amo quedará insatisfecho porque aquel que le reconoce es un esclavo y no ya un yo autónomo. El amo queda paralizado por esta derrota. El esclavo trabaja para el amo, que queda entregado al goce, a la pasividad. El amo se convierte en un ocioso. Al trabajar el esclavo la materia comienza a construir la cultura, transformando la naturaleza. La historia, por lo tanto, pasa por el esclavo en tanto que “realiza” la historia al trabajar la materia, donde descubre su libertad. Así tiene origen la cultura, que, por si no ha quedado claro, la realiza el esclavo. Si al amo le atribuimos la pasividad, al esclavo hemos de atribuirle la actividad. En una relación amorosa, por ejemplo, la persona más débil es la que ama más, la que más se somete. La conciencia que menos ama es la que domina, la que manipula. Tenemos una conciencia que busca dominar y otra conciencia que termina siendo sometida.

Visto esto, podemos resumir en tres momentos el pensamiento dialéctico:

  1. Primer momento de la dialéctica: El amo y el esclavo luchan.
  2. Segundo momento de la dialéctica: Hay una negación por parte del amo hacia el esclavo.
  3. Tercer momento de la dialéctica: Negación de la negación, fase en la cual la conciencia que había sido negada niega a la negadora. Es la negación que el esclavo le niega al amo, al hacer la cultura manejando el material.

Al final del proceso se concilian los antagonismos en una síntesis superadora de las contradicciones que da origen a otro desarrollo y así, sucesivamente, se desarrolla la dialéctica histórica. Marco Ferreri apuntó que “Los amos van a morir intoxicados con su propia comida” en La gran comilona.

Pero esto hemos comprobado que no es cierto, puesto que la burguesía sigue comiendo y no muere, sino que son los pobres los que mueren precisamente porque no comen. El proletariado no enterró a la burguesía, más parece que la burguesía está enterrando al proletariado. En este pensamiento idealista con un sujeto centrado tenemos tres puntos de vista de tres importantes pensadores:

  1. Descartes: El sujeto tiene un conocimiento solo sobre sí, conocimiento de su pensamiento. “Pienso luego existo”.
  2. Kant: El sujeto constituye al objeto de conocimiento.
  3. Hegel: La razón conoce toda la realidad. Idealismo absoluto que concluye en su filosofía y en el estado prusiano de Federico Guillermo.

Progresivamente, se pasará del idealismo hegeliano al materialismo marxista. Hegel expresa el triunfo de la burguesía que trae el surgimiento de un nuevo sujeto histórico al que hay que pensar. Hegel: pensador de la burguesía capitalista, que engendrará al proletariado que trabaja la materia y así hace la historia. Marx: elabora un pensamiento que parte de la materia. Es un filósofo que surge para pensar a ese sujeto histórico nuevo que ha surgido, basándose en Hegel y la dialéctica del amo y el esclavo. Al estudiar al sujeto histórico que maneja el material, el pensamiento de Marx se denominará materialismo histórico.

Las dos caras de la moneda

La ciudad de Barcelona es una de las más visitadas del mundo. Gente de todos los puntos del globo se escurre hasta aquí. Cualquier persona mínimamente observadora se dará cuenta en un abrir y cerrar de ojos. Tres alemanes por aquí, cuatro italianas por allá, cinco ingleses en aquella esquina, intentando decidir hacia donde moverse, seis chinos – tal vez sean japoneses – agarrados a sus cámaras, se mueven por las calles lánguidamente, sin prisa, y me recuerdan a la figura del flaneur, ese hombre que camina por la ciudad intentando perderse, sin un rumbo determinado. ¿Qué sería Barcelona sin turistas? No sería la Barcelona que conocemos. Unos van a visitar la Sagrada Familia, otros irán al Parc Güell, otros a ambos lugares. Hans y Gretchen no quieren volver a su país sin haber visitado el Camp Nou. Si pueden, verán el partido en el campo. Turistas como estos pasean cada día por nuestra ciudad, alegres, despreocupados y con la billetera llena. Todas las puertas están abiertas para ellos, todas las luces atronadoras, las tiendas de souvenirs y los escaparates con maniquíes elegantemente vestidos los atraen como el canto de una sirena. Estarán aquí unos días, y verán nuestra ciudad como un lugar maravilloso, lleno de historia, cultura, buen tiempo, buena gastronomía, etc. Pero nosotros no podemos engañarnos, porque no estamos aquí por un fin de semana. Estos turistas no pueden ver la otra cara de la ciudad, la cara sucia y arrugada que hay bajo los monumentos y los centros comerciales. Porque Barcelona – como otros lugares del mundo – tiene dos caras.

De su parte iluminada, su parte alegre, ya hemos hablado un poco… Hablemos ahora de su parte oscura, su parte triste.

Hay un hombre llamado Julio – de unos sesenta años, año arriba, año abajo – que ya está cansado de las decadentes callejuelas de Barcelona, por lo que no le impresionan ni por asomo. No ve una sola luz, solo tinieblas. Cuando aún tenía empleo, iban tirando, viviendo al día, pero viviendo al fin y al cabo. Pero eso se acabó. Su mujer se fue con otro hombre que ofrecía mejores perspectivas, y se llevó a sus hijos consigo. Hace ya cuatro años que no sabe nada de ellos. Desde el año 2011 sobrevive a duras penas. ¿Qué más se puede hacer sin un techo? Apoyado en la pared, medio tumbado, sosteniendo un vaso de plástico que contiene exactamente sesenta y siete céntimos, ni uno más ni uno menos, ve pasar a tres alemanes que parecen muy contentos, o al menos no parecen precisamente hambrientos. Cuando se convence para cambiar de lugar y pedir en otra parte, al doblar una calle se topa con cinco jóvenes ingleses, les pide un cigarrillo, pero ellos ni le entienden ni le quieren entender. Suele acercarse a los lugares más concurridos para intentar que su vaso llegue a contener tres euros. Al pasar cerca del Camp Nou, harapiento y con el estómago hueco, se le hace la boca agua al pasar al lado de un grupo de asiáticos – probablemente chinos – que están comiéndose, satisfechos, un gofre bañado en chocolate. Ansioso, desecho, rompe a llorar. No intenta ocultar sus lágrimas porque sabe que a nadie le importan. No es que tenga la jodida billetera vacía, es que no tiene billetera. Todas las puertas están cerradas para él, todas las miradas guardan silencio, todos los maniquíes van mejor vestidos que él, y le miran por encima del hombro, matándolo con los ojos que no tienen. Se pregunta qué ha pasado, porqué los que tienen dinero son emperadores y los que no lo tienen son invisibles. Y es porque Barcelona – como otros lugares del mundo – tiene dos caras.

Las dos caras de la moneda. Una reluciente, la otra oxidada.

LA MUJER COMO ALTERIDAD SEGÚN SIMONE DE BEAUVOIR

Simone de Beauvoir es considerada la madre del feminismo moderno, y esto se debe a las ideas contenidas en su obra El segundo sexo (1949). Es una obra escrita desde el influjo del existencialismo, pero con un replanteamiento del concepto de libertad absoluta de Sartre. Para ella el sujeto es, por una parte autónomo, por otra, limitado por la situación. Su obra se divide en dos fases, la regresiva – en la que analiza los motivos que han dado lugar a una conducta determinada – y la progresiva – en la que el análisis del pasado conduce al entendimiento del presente, en el que es posible realizar una elaboración de las tácticas a seguir en el futuro.

Aunque no creó – como sí hizo Sartre – un sistema filosófico, dirigió la linterna del pensamiento en una dirección que la cultura occidental había mantenido en la oscuridad, el terreno de lo femenino. Se pregunta acerca del hecho de que la mujer, aunque sea un sujeto con los mismos derechos que el hombre, es considerada como el Otro, comparando a la mujer con la situación de los negros en los Estados Unidos y los judíos. Establece una diferencia, y es que la mujer no es una minoría – como es el caso de negros y judíos – y no hubo un antes, no hubo un acontecimiento que sometiese a la mujer. El concepto de lo Otro le sirve para señalar la falta de reciprocidad en las relaciones entre hombres y mujeres. Este es uno de los puntos fundamentales que hay que visitar si se quiere entender la aportación de Beauvoir a la teoría feminista. Una de las preguntas que se hace gira en torno a cuál es el origen de la condición oprimida de la mujer, y llegará a la conclusión de que el motivo es cultural. El análisis que realiza desde varias disciplinas la conducen a la conclusión de que la mujer ha representado un punto medio situado entre el hombre y la Naturaleza, que se la ha considerado bajo la aristotélica idea de que la mujer es un hombre incompleto. En la sociedad occidental, el hombre es el sujeto Absoluto, mientras que la mujer es la Alteridad, lo otro desconocido. Ya Lévi Strauss, en Las estructuras elementales del parentesco apuntaba lo siguiente: <<El paso del estado de Naturaleza al de Cultura se define por la aptitud que tiene el hombre para concebir las relaciones biológicas en forma de sistemas de oposiciones>>. Esto quiere decir que siempre, para que haya un Uno, debe haber un Otro al que oponerse. Ese sujeto absoluto construye a la mujer, que se interpreta a partir de lo que el sujeto absoluto dice de ella. Las mujeres como colectivo no han conseguido nada por sí mismas, solamente han logrado lo que los hombres han querido darles. Señala Simone de Beauvoir que la mujer es mitad víctima y mitad cómplice. El hombre y la mujer representarían, así, la dialéctica hegeliana del amo y el esclavo. La importancia de esta obra se debe, en parte, a que está enfocada hacia la crítica radical de <<un mundo que pertenece a los hombres: a ellos no les cabe ninguna duda, y a ellas apenas>>.

Todo el feminismo posterior a la publicación de El segundo sexo se basa en él, bien sea para afirmar o para negar sus conceptos fundamentales. La influencia de los postulados de Beauvoir se debe a su formulación de una teoría que buscaba dar una explicación a las formas sociales de organización partiendo de una base filosófica, dando inicio a los que serían los principales temas abordados por el feminismo del siglo XX. Si su obra resulta ser la fundadora del feminismo moderno es debido a las preguntas que nos lanza: ¿Qué limita la libertad de la mujer? ¿Que ha conllevado nacer mujer, y no hombre? ¿Cómo llevar a la mujer de un estado de dependencia a uno de independencia?

Estas son las preguntas que hacen de la obra de Simone de Beauvoir un texto de carácter fundador.

Si eres escritor

Si eres escritor sabrás que no es fácil, pero si eres escritor es precisamente porque no te gustan las cosas fáciles. Si eres escritor seguramente tendrás un mundo interior casi tan basto como el mundo exterior, tangible. Si eres escritor es muy posible que los silencios, lejos de incomodarte, te resulten placenteros. Si eres escritor, es probable que seas un gran lector, pues igual que para aprender a caminar tenemos antes que pasar por otra fase – el gateo -, para poder escribir has tenido que aprender a leer, y diré más, has tenido que disfrutar leyendo. Si eres escritor habrás sufrido ante el papel o ante la pantalla los síntomas habituales; insomnio, súper abundancia de bolígrafos, libretas y cuadernos, los ojos enrojecidos por el cansancio, la espalda dolorida, el cuello agarrotado y unas más que probables ojeras delatoras. Si eres escritor habrás sentido esa sensación de exaltación del alma en el momento que te percatas de haber dado a luz algo, algo nuevo que antes no existía y que no existiría sin ti. Si eres escritor es porque has conseguido desdoblarte de tu yo convencional, pues sería un error pensar que la persona que realiza los quehaceres cotidianos y la persona que escribe son la misma. Si eres escritor – en esta época – es porque la televisión y otros medios del atontamiento masivo no consiguieron morder tu cuello, doblegar tu mente. Si eres escritor, es porque has conseguido someter a tu imaginación – salvaje sin ciertas normas que la guíen – y darle vida a través del entendimiento. Si eres escritor tus mayores ídolos serán o bien escritores o bien personajes ficticios, o bien una mezcla de ambas cosas. Si eres escritor conocerás – por medio de las obras que leas – a muchos y muy variados prototipos del ser humano. Si eres escritor conocerás a Alonso Quijano, a Nora, Edmundo Dantés, Van Helsing, el profesor Víctor Frankenstein, conocerás a Aquiles y a Hamlet, a Agamenón y a Otelo, a Bilbo y a Tyrion. A Galeano y Kerouac, Dostoievski y Kafka, Borges y Poe. Si eres escritor es porque leyendo has reído y también has llorado. Si eres escritor no es por expresar la belleza que nos rodea, sino por el sueño de alcanzar la belleza que nos trasciende. Si eres escritor puede que estés loco, y si no lo estás es porque no escribiste lo suficiente. Si eres escritor considerarás que el mejor regalo que puedes hacer es, con diferencia, un libro. Sinceramente, a mí me regalas un libro y soy todo tuyo, seas quien seas. Si eres escritor y amante de la literatura te habrás dado cuenta de que los llamados best-sellers te parecen simples y vacíos, predecibles, poco elaborados, incluso infantiles. Como consecuencia, te resistes a llamar literatura a cualquier sucedáneo barato, de esos que se venden como churros en las grandes superficies. Si eres escritor seguro que tus horas más productivas son de madrugada. Si eres escritor leer no te dará sueño, sino que te hará soñar.

En contra de la razón

La catarata infinita

Allá por el siglo XVII, el  ser humano occidental tenía una Diosa, no un Dios. Esa Diosa le había prometido al hombre la libertad y, por si fuera poco, prometía también desencantar el mundo, en definitiva, liberar al hombre. Unos siglos más tarde, desde nuestro momento concreto podemos observar el trayecto que siguió nuestra especie haciendo caso de la razón, poniéndola en un pedestal. Ese trayecto termina en un lugar terrible. En unos hechos abominables, deleznables, pero que no podemos y no debemos olvidar, con el fin de que no vuelvan a suceder jamás. Estoy hablando de Auschwitz. ¿Cómo exterminar al mayor número de seres humanos en el menor tiempo posible? Y sobre todo, ¿cómo deshacerse de los cuerpos? Es evidente que esto no se consigue por azar, no resulta de una arbitrariedad ni del dominio de la locura. Si se consiguió exterminar a siete millones de seres humanos fue…

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En contra de la razón

Allá por el siglo XVII, el  ser humano occidental tenía una Diosa, no un Dios. Esa Diosa le había prometido al hombre la libertad y, por si fuera poco, prometía también desencantar el mundo, en definitiva, liberar al hombre. Unos siglos más tarde, desde nuestro momento concreto podemos observar el trayecto que siguió nuestra especie haciendo caso de la razón, poniéndola en un pedestal. Ese trayecto termina en un lugar terrible. En unos hechos abominables, deleznables, pero que no podemos y no debemos olvidar, con el fin de que no vuelvan a suceder jamás. Estoy hablando de Auschwitz. ¿Cómo exterminar al mayor número de seres humanos en el menor tiempo posible? Y sobre todo, ¿cómo deshacerse de los cuerpos? Es evidente que esto no se consigue por azar, no resulta de una arbitrariedad ni del dominio de la locura. Si se consiguió exterminar a siete millones de seres humanos fue mediante el uso de la razón. Se seguían unas pautas, había un esquema general que organizaba el genocidio. Auschwitz no fue producto de la locura, ni de los delirios de un líder, fue producto de la razón. La brillante H.Arendt nos dirá que se trata de la banalidad del mal, que no es otra cosa que el mal burocratizado, institucionalizado. Es inevitable – al hablar de Auschwitz – que surja la figura de Dios. ¿Dónde estaba? ¿No vio los campos de exterminio que los humanos, su creación, estaban construyendo? Para contestar a esto solo necesitamos citar a un superviviente de los campos de exterminio, Primo Levi, que dijo lo siguiente: “Existe Auschwitz, no existe Dios”. Con esto está señalando que en el hipotético caso de que existiera un Dios, de ninguna de las maneras hubiera permitido que sucediera lo que sucedió. De esta forma Auschwitz niega a Dios (al menos niega la idea de un Dios bueno), del mismo modo que niega la validez de la razón. Especialmente esclarecedora es la reflexión del posestructuralista Michel Foucault, que dirá: “El hombre no es malo cuando es irracional, el hombre es malo cuando es racional”. La racionalidad entierra nuestros impulsos naturales, nuestras pulsiones más básicas, las reprime. La racionalidad nos ata con invencibles cadenas, nos domestica. La razón prepara el sendero para una masacre masiva, la más aterradora de nuestra corta y lúgubre historia. Finalmente, pudimos comprender que el imperio de la Diosa razón no había servido – como prometía en un principio– para liberar al hombre, al contrario, sirvió para dominar al hombre, para atarlo, doblegarlo y subyugarlo. Podemos llegar a una conclusión cuanto menos dolorosa; la razón está al servicio del poder, y en consecuencia, al servicio de los poderosos de cada momento. Lo que va a hacer la razón – siguiendo a Foucault – es negar a la locura, por eso al considerado loco se le va a encerrar en psiquiátricos, en manicomios. Al delincuente, en prisiones. Al niño, – que no controla sus pulsiones – en escuelas, para ser adoctrinados en el repugnante arte de la represión de los propios impulsos. Toda una teoría del confinamiento. La locura existe, pero esté usted tranquilo que la vamos a encerrar, la vamos a ocultar para que no sea vista. Debemos agradecerle a Foucault, el filósofo del poder, la genialidad de estas reflexiones. Ya que hablamos acerca de la razón sería interesante poner de relieve una parábola que corre a cuenta de Adorno y Horkheimer, la parábola de Odiseo. Odiseo, o Ulyses, en su viaje de vuelta a Ítaca, sabe que su barco va a pasar por una zona en la que se encuentran las sirenas con su mágico canto. ¿Qué es lo que hace ese canto? Ni más ni menos que volver locos a los hombres. ¿Y qué hará Ulyses, ante esta situación? Lo que hará es ordenar a los tripulantes que se pongan cera en los oídos para no escuchar a las sirenas (para no volverse locos, osea, para consevar la cordura) y poder continuar remando. Pero no se paren aquí, amigos, que lo más curioso viene ahora. Ulyses va a ordenar que le aten fuertemente con cadenas al mástil de la embarcación, para poder así escuchar el canto sin volverse loco. Mmm…esto es algo realmente interesante. Ordena que le aten para evitar caer en la locura, igual que el hombre moderno, que se ata a la razón y a lo cultural (contrapuesto a lo natural) para no ser presa del enloquecimiento. Para lograrlo, reprime sus instintos básicos, la pulsión de muerte (la violencia) y la pulsión de vida (el sexo). También podemos interpretar la figura de Ulyses como la figura del burgués moderno. Es un burgués en la medida en que Ulyses llega a Ítaca solamente gracias al trabajo de todos los tripulantes del barco, que han muerto remando, haciendo posible así su regreso al hogar. Pero esto ya se sale de los márgenes de nuestro tema, y sería adecuado dedicar una reflexión más honda acerca de esta idea. Quizás, en otra ocasión.ulysses

Ulysses atado al mástil de su embarcación para poder escuchar el canto de las sirenas sin enloquecer.

Sobre educación

Mi primer post es en referencia a la cita de Foucault y trata el hecho de que la educación es, en esencia, una forma política de adoctrinamiento, ordenada e impartida por la clase dominante hacia la clase dominada. Si nos paramos a pensar en la formación que hemos recibido en nuestras respectivas escuelas, es imposible no darnos cuenta de que toda la información que en su momento nos fue suministrada con el aparente objetivo de formarnos, no contribuye a otra cosa que a encaminarnos hacia el mundo laboral. No es que las materias impartidas no tengan sentido, es evidente que lo tienen – algunas -, pero lo verdaderamente importante en la escuela es el adoctrinamiento que el sujeto recibe más allá de las materias en sí. Si aceptamos que cada niño, cada ser, tiene unas potencialidades distintas que puede desarrollar en mayor o menor medida, nos resultará absurda la idea de enseñar las mismas materias a niños con capacidades distintas y variadas. Uno puede ser músico en potencia, mostrando su preferencia por los sonidos y los instrumentos, otro puede llevar dentro de sí a un gran arquitecto, con una mente con facilidad para entender la geometría o la física. Probablemente otro niño muestre dificultad para mantenerse clavado al pupitre, tal vez signifique que ese niño tiene preferencia por los deportes o el baile. Con esto asimilado, ¿es lógico que los tres niños reciban la misma información, aun cuando sus potencialidades son tan diversas? No y mil veces no.

 

La alarma: Es un elemento importante en las escuelas y me cuesta encajar la idea de que también lo sea en las cárceles. En el caso que nos ocupa – la escuela – el timbre representa la autoridad. Nada más sonar, los niños, pequeños y no tan pequeños, se apresuran a entrar al colegio. No llegues tarde o recibirás un castigo. Tienes que aprender a ser puntual desde bien pequeño, para que cuando seas mayor no llegues tarde al trabajo, porque tu jefe se enfadará.

La autoridad del profesor: Desde que un niño inicia su andadura académica en los niveles más elementales, hay una figura que representa la autoridad, una figura que debes aprender a respetar, ya que tú estás sencillamente subordinado a él. Lo llamas profesor, pero es tu jefe. De él depende que puedas salir del aula para ir al baño, revisa y juzga tu aprendizaje, si quieres hablar, no puedes hacerlo sin haber levantado la mano y pedido el permiso pertinente al profesor.

Es curiosamente irónico pasar los primeros tres o cuatro años de vida aprendiendo a hablar y caminar para acabar teniendo que pedir permiso para hablar y permaneciendo sentado en un incómodo pupitre incontables horas, días, meses y años. Has aprendido a multiplicar, pero te están enseñando, encubiertamente y con vistas al futuro, a respetar a las figuras de autoridad así como sus representaciones (timbre) y adoptar una actitud dócil, una actitud del que se sabe subordinado.

Si aceptamos que la educación está dispuesta por la clase dominante, no seremos tan necios como para pensar que iban a proporcionar información verdaderamente útil a la clase social que dominan. Termino esta reflexión con dos citas sobre la educación.

“Educar es formar personas aptas para gobernarse a sí mismas, y no para ser gobernadas por otros.” Herbert Spencer

“Suspendí mi educación cuando tuve que ir al colegio.” George Bernard Shaw